Alejandro Flores

4.9.08

Autopista




Blanca llegó al Starbucks en el que la esperaba Horacio. El pidió un te chai latte frío con un shot extra de café. Ella, un capuchino frío con crema irlandesa. Tras recibir sus bebidas prefirieron caminar.


Era la mañana fría de un sábado en agosto, uno de esos días en que los niños salen en bola para vacunarse con risas de la enfermedad implantada en la propia lengua de sus padres.


Horacio y Blanca se dirigieron a la avenida Álvaro Obregón caminando por Nuevo León.
Unas cuadras antes de llegar a la avenida, afuera de un pequeño Café, vieron a un par de niños que dibujaban una autopista sobre la acera. En un extremo del dibujo se podía identificar algo parecido a un arrecife de corales, en el que las olas del mar golpeaban con fuerza para alcanzar a salpicar los cochecitos dispuestos sobre la banqueta. En el centro, un castillo y su torre, más grande que éste, y dentro de la torre, una princesa con vestido de seda lila que la hacía ver transparente.


El dibujo lo completaban unas jardineras a lo largo de todo el circuito, un dragón verde con panza amarilla y un aeroplano en cuyo interior viajaba un luchador enmascarado en pos en rescatar a su princesa.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

El silencio, otra vez el silencio y se me viene, en un depronto sus ojos,
en chasquidos su jadeo.
Montones de hilos descocidos de sus párpados,
sus bolsitas de aire para menjurjes nocturnos.
Se me viene en espasmos, la danza pajarera de su voz,
su saliva ensangrentada.
su meneo labrado en la bòveda roja,que usted y yo construímos.
su parafraseo Borgiano en aras de desbaratar la ficción del tiempo.

El goteo, por vez primera,

el goteo cenital embalado en mi garganta,
lejos ahoga esta vena enclipsada.
¿Recuerda Donjota cuando levanté sus huesos terminado el baile?
Recoja ahora los mìos,
la columna todita desde donde me rompo,
ahora que mis ojos lo miran de lejos
mientras se me va diluído, silentito.