Alejandro Flores

27.9.08

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Café con leche

Pocas veces recordaba el momento y el día en que la conocí. Fue en un Vips. Yo estaba tomando un café con leche mientras intentaba pensar en alguna imagen, abstraer algún cuadro en mi mente y plasmarlo en papel, no sabía si como dibujo o como una serie de palabras. Ella salía del baño, parecía triste. Me dio esa impresión por la forma en que recogió su cabello al pasar frente a un espejo y continuar su camino con la mirada en el piso.

Tomó asiento. La señorita le sirvió un café capuchino. Pensé en qué hacer mientras resolvía el laberinto de un mantel para niños; lo resolví una y otra vez. Ella seguía allí, dueña de su porción cúbica rentada a este inmueble. Yo por mi parte, no dejé de atender ni un solo gesto, una sola mueca o indicación a la mesera que la atendía. Sólo estaba seguro de que la quería ver, quería detenerme en ella lo suficiente para no olvidar su rostro, para pegarla a mi memoria como si la conociera de años.

Esta era mi rutina de casi todos los días. Entrar en algún café cuando me atrapara la noche o la lluvia, en caso de que deseara huir de ella porque en ciertas ocasiones verdaderamente me encantaba dejarme mojar por el agua que caía del cielo, y no es que para mí sea una especie de purificación; al contrario, estoy consciente que es uno de los peores baños que puedan tomarse. Esta ciudad es de las más puercas del mundo, nada se salva, ninguno de sus habitantes y el cielo menos. El cielo en esta ciudad es lodo que se nutre del aire para hacerse un disfraz.

No obstante, esa fue una noche en la que solamente me atrapó el "destino", si es que tal cosa existe o sirve de algo pensar que existe, o tal vez sencillamente me dejé atrapar por él. Nada más, ni siquiera se trató de tener antojo de un café o por hambre. No había llovido ni acechaba lluvia. Simplemente “tuve” que entrar, “tenía” que entrar justo a este Vips, justo a esta hora, y sentarme en este lugar para poder verla de frente y reparar en su belleza, decidir seguirla hasta su casa, conocerla y hablarle en los siguientes días, y finalmente meterme al cabo de un par de semanas hasta lo más hondo del olor de sus sábanas como un huésped incómodo o un mosquito de media noche que sin duda te fastidia pero al mismo tiempo te hace sentir con vida.

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Elle Macpherson, ¿prototipo?




El 11 de septiembre pasado asistí al Fashion Fest 2008, en donde desfiló la top model internacional Elle Macpherson. Apareció acompañada de una de mis canciones favoritas de Blonde Redhead, 23.



Macpherson caminó con un glamoroso vestido gris sobre una pasarela acrílica. ¿Eses el sueño de todo adolescente? Tal vez sí, aunque no podría afirmar que de todo hombre.


Si bien, la modelo encarna la perfección del prototipo de belleza occidental y es casi seguro que uno como varón puede poner una cara de idiota, afortunadamente no ví la mía, únicamente se trata de una ilusión o el resultado de un mecanismo y técnica sumamente sofisticada para el logro de la plastificación de lo natural: comida sintética, químicos de todo tipo para contener el paso del tiempo, maquillaje, tratamientos corporales, etc.

Macpherson encumbra el prototipo de la belleza femenina del siglo XXI para el mundo de Occidente: una mujer arriesgada, segura, emprendedora, que se ha esforzado en lucir perfecta y lo pregunta porque la soberbia es una cualidad de nuestros tiempos.

¿Cómo me veo?, el slogan del evento, es casi de risa, pero es también un juego morboso, un juego que tiene que ver con nosotros mismos, con nuestras propias obsesiones y nuestra condición humana, pues todos somos proclives a deternos frente a un espejo, una y otra y otra vez para atender cómo lucimos. Unos más que otros, sin duda.
La carpa instalada en el estacionamiento de Liverpool Santa Fé nos dio una probadita de ese mundo tras bambalinas, misterioso y provocador que es el mundo de la moda: colores, aparadores y espejos dispuestos como en un palacio de vanidades, dieron la bienvenida a los asistentes.

Los principales medios que cubrieron el evento coincidieron en que se trató de una pasarela de talla internacional, a la medida de las grandes “capitales” de la moda como París, Roma, Londres y Nueva York, un espectáculo de muy "buen gusto" visual y sonoro.
Por la pasarela desfilaron más de 60 modelos vistiendo las tendencias de la moda para la temporada Otoño-Invierno: colores cálidos entreverados con discretos fríos, accesorios de sutil encanto, despliegue de ingenio en el diseño y atinada sensualidad tanto en tacones altos como en vestidos y abrigos con formas, estilos y cortes largos y entallados.

Las modelos, como siempre, fueron el símbolo ambivalente, por un lado el deleite pleno y por otro la consabida ilusión: son reales pero no tanto, se pueden ver pero no tocar, son bellas pero su belleza tiene un costo altísimo, y lo que conocemos de ellas es una belleza que en poco implica lo que son.

Mujeres hermosas, cuerpos perfectos y vestidos de primer nivel. Todo en una noche de sensualidad en el diseño y en la actitud. Sensualidad que nos embriaga. Sensualidad canónica, superficial, efímera, de idiotas para idiotas.

24.9.08

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Carmen Boullosa: Literatura es interiorización, no evasión

Presenta La virgen y el violín






Carmen Boullosa habla con la seguridad de una poeta que recién ha bajado del Parnaso, dueña de una personalidad avasalladora que te devora o conmueve al primer descuido, una mujer para quien literatura y vida son una misma cosa, una escritora que no aspira a construir verdades: cuenta historias complejas que no son para evadirse de la realidad.


“Los escritores somos animales literarios. Así como necesitamos comer y respirar, yo necesito escribir, pues para mí la vida es eso: escribir y contar historias, pues es la única manera que yo conozco para entender lo que me rodea”.


Si bien uno no entiende nada, escribir novelas es una confesión que exige un acto de humildad muy grande por parte del escritor, pues finalmente no es “capaz de dar una repuesta clara a las grandes interrogantes de la vida”.


“Yo les voy a dar es esta historia y a través de ella ustedes se van a intrigar como yo me intrigué por la complejidad de este asunto, o del ser humano, o de la mujer, o del perro”. Pero el novelista no juega el papel del filósofo o el científico que construye verdades, el novelista es un surtidor de preguntas al por mayor, y también tiene los ojos puestos hacia adentro.


Boullosa obtuvo esta semana el prestigioso Premio Café Gijón por su novela El complot de los románticos, y el día de ayer platicamos con ella con motivo de la presentación de su novela La virgen y el violín (Siruela, 2007), una “novela galopante”.


Es una novela que “tiene un ritmo casi equino: de pronto corre, luego se detiene porque necesita tomar aire o agua”. Es una novela que “va galopando, corriendo y se detiene frente a una pintura que a su vez la vuelve a aventar”.


“Mis obsesiones están muy presentes en la novela, las relaciones intrafamiliares, las cosas que son difíciles de explicar, de atracción entre una persona y la otra, las obsesiones del cuerpo, la música, etc. Los animales literarios también estamos llenos de vicios”.


La protagonista de la novela es Sofonisba Anguissola, la primera pintora renacentista, nacida en 1532 en Lombardia (Cremona), cuna de los primeros stradivarius. Lo que a Boullosa intrigó de Anguissola fue su conquista de privacidad, derecho a la sensualidad y la expresión melancólica de su rostro.


“En la vida de Sofonisba Anguisola existen fragmentos de aventura. Pero no es precisamente la vida de un aventurero, un descubridor, un viajero, sino de una pintora que lo que hace es pasar muchas horas frente a un caballete precisamente pintando”.


La Europa que aparece en las pinturas de Sofonisba y en esta novela es una Europa en la que hay un enorme tránsito de gente por motivos comerciales, una Europa múltiple. Conviven el mundo de la pintura renacentista y el mundo de los artesanos de instrumentos musicales.


En “ese mundo es donde aparece la gente que viene de los lugares exóticos y que trae consigo el carey o la tecnología necesaria para hacer las cuerdas, el tipo de barniz, madera, y todos estos elementos físicos” que conformarán los violines más perfectos creados por el hombre.


El complot de los románticos, ganadora del Premio Café Gijón

El complot de los románticos es una novela hablada, que nos platica. Es una novela que empieza en nuestros días pero que también hace un cruce en el tiempo. La mayoría de los personajes ya están ya muertos: son habitantes del Parnaso, los escritores consagrados que encarnan una vez al año en la tierra para pasarla bien, y otorgar un premio literario”.


La ciudad de México es mi ciudad.

Aunque vivo en Nueva York. Me fui para allá en el 2001. Siempre estuve aquí, vengo cada rato. El miedo no es mi compañero.


Yo nací en una ciudad de México que ya no está. Lo que extraño ya no existe. La ciudad de México de mi vida, ya no está. Mi ciudad de infancia, una ciudad de México donde habitaban tres millones de habitantes, que era una ciudad muy vivible, donde había glorietas, puentes, los camellones estaban repletos de flores, era una ciudad bellísima, allá por fines de los cincuentas.


La ciudad cambió radicalmente con la creación de los ejes viales que partieron los barrios por la mitad, trazos que no respetaban el orden “natural” de la ciudad sino que cruzaban, dividiendo, un sólo barrio en dos.


La ciudad cuando ya quedó terminada, la ciudad ya era otra cosa. El coche tenía la prioridad. Ya no salías a hacer tus deberes en tu propio barrio. Necesitabas tomar el coche, ir a otro sitio, tomar el pesero, tomar el metro. Ya no era la ciudad a la medida del hombre, ya era otra cosa, la macrópolis, donde pequeñas islas se agrupan para hacer una ciudad del tamaño de la ciudad de México.


Recuerdo que Octavio paz era muy generoso con los jóvenes, le gustaba mucho conversar. Cuando yo comencé a vivir con Alejandro Aura no le gustó nada la idea y me dejó de hablar. Aura era del otro lado, qué hacía yo con él.


Pero bueno, luego me perdonó “mi pecado”. Para mí es una figura tutelar, no la principal, la principal fue Tomás Segovia.


A México lo veo mal. Pero también al mundo. Pero no entiendo. A partir de la caída del PRI y el fortalecimiento de las batallas campales del narco no entiendo bien lo que pasa en México.


El siglo XXI ha arrancado mal, pero tiene mucho por delante para componerse. La literatura es una forma de tratar de entender y de vivir con intensidad y plenitud, para los privilegiados que sabemos leer y escribir.


La literatura es crítica, homenaje a la realidad, es un surtidor de preguntas, de conciencia.


Yo creo que alguien que es un lector es alguien que sabe defender mejor sus propios derechos y los de quienes están cerca de él. Y quien sabe que cada vida humana es algo invaluable, creo honestamente que es la mejor manera de vivir, y que eso hace un mundo mejor.


Un escritor no puede serlo si no es un lector, porque al escribir entabla un diálogo perpetuo con los otros libros.


22.9.08

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La belleza del monstruo

Guadalupe Nettel comenta su libro de cuentos, Pétalos




Una soleada mañana de agosto, conversando en un café de la colonia Roma con la joven escritora mexicana Guadalupe Nettel, en torno de la belleza, la literatura y lo humano, le pregunto si existe la belleza en los personajes de su último libro: mujeres que se arrancan el cabello hasta casi quedar calvas; detectives que meten la cabeza en excusados de baños parisinos, hombres que se creen plantas o se la pasan haciendo ruido con sus dedos.

"Sí la hay, pero no en un sentido convencional, sino la belleza de lo monstruoso, lo ajeno y lo freak", contesta.

Pero ¿cómo puede ser bello el monstruo, el freak, el desconocido?

Eso es lo que la autora intenta desentrañar en su último libro, Pétalos (Tusquets), ganador del Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen 2007, al brindar al lector una mirada cercana a lo oscuro del ser humano.

Lo monstruoso no es lo feo, sino "algo único, irrepetible, y por eso a mí me parece hermoso. Porque el monstruo es natural, es como es y punto, no se está juzgando si es feo o es bonito. Entonces en ese no juzgarse y en ser natural es donde radica su belleza".

Por eso la escritora hace uso de personajes que se pueden considerar freaks, aunque para ella "no son más freaks que cualquiera de nosotros".

Aunque "es cierto que hay un momento de incomodidad cuando nos damos cuenta que también somos freaks" y pensamos en nuestras propias oscuridades.

Todos tenemos una "cara oculta pero esa cara en realidad no es deleznable ni vale la pena tenerle miedo u ocultarla pues es parte de nuestra personalidad", dice Nettel.

Su forma de escribir y aproximarse a las cosas, en este caso a la belleza, exige el valor de explorar en lo interno y profundo de sí, "es como buscar dentro de mí en el abismo insondable, mío, personal y después comunicarlo", y finalmente así, aceptarse en su complejidad, impermanencia y entereza.

"En su integridad. Así, cuando nos reconocemos enteramente cobramos una especie de resplandor", que no tenemos cuando preferimos ocultarnos y preferimos adoptar un modelo.

"No es esa belleza convencional como la que se enseñan los anuncios de la tele o las revistas de moda, sino una belleza que tiene que ver más con el carisma, cuando el ser humano se asume íntegramente con todos los aspectos de su personalidad".

Como en "Bonsái" –explica Nettel sobre uno de los cuentos de Pétalos-, el personaje cree que encuentra su propia naturaleza y dice que no quiere ser un bonsái sino un árbol espacioso y termina identificándose con un cactus.

"Uno puede condicionarse -explica- por lo que cree que es y también eso uno trata de ocultarlo todo el tiempo", lo cual también puede conducirlo a aferrarse a una personalidad que en realidad no posee.

"Este personaje descubre quién es y entonces deja de fingir no ser cactus, pero yendo más allá tampoco es cactus", porque nadie "es" "así".

Y eso es curioso -le comentor- porque una forma de decir quiénes somos es a través de metáforas como huellas, indicios, pétalos. Pues no tenemos una identidad sólida ni permanente.

Sin embargo nos obstinamos en "que nadie más sepa que yo soy así y así y así. Que nadie más sepa que yo no soy tan sociable, que no me gusta bailar, que no me gusta sonreírle a la gente.
Por eso, yo quería que el título fuera un contraste, Pétalos, pues es una palabra muy fresca, casi ingenua, natural", pero a la vez representa otra cosa.

"Mis personajes están en un momento de transición en el que se van dando cuenta de que en realidad no vale la pena estar ocultando tanto aquello que los avergüenza".

"Pienso en el cuento ‘Boezar’, cuyo protagonista es una modelo que se arranca el cabello y durante toda su vida ha simulado ser otra persona, ocultando parte de su personalidad y de repente conoce a alguien que se le parece y que se enamora de ella por este aspecto que siempre había querido ocultar."

Guadalupe Nettel, a través de Pétalos y otras historias incómodas, un magnífico libro de cuentos, nos comparte el resultado de su indagación sobre la belleza, en tiempos en los que resultado de la aceleración del tiempo, el ansia de novedad y la atenuación de las emociones en incremento de la euforia, el diseño, la moda, la seducción y los estereotipos de belleza se han elevado a categoría de valor para el mercado y la sociedad de consumo.

16.9.08

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Rumbo al "gran concierto en el cielo"

Murió Richard Wrigth, de Pink Floyd






Los fanáticos del legendario grupo de rock Pink Floyd no podrán ver consumado su sueño de un nuevo reencuentro de esta banda, pues el pasado lunes falleció el tecladista Richard Wright, uno de los fundadores de este grupo y autor de algunas de las piezas más importantes de esta agrupación inglesa, una de ellas “The Great Gig in the Sky” (El gran concierto en el cielo).


Al tratarse del segundo miembro de Pink Floyd que muere, el primero fue el guitarrista Syd Barrett en 2006, ese reencuentro anhelado por miles de fans en todo el mundo, ahora sólo podrá “concretarse” en el cielo. Wright y Barret han abierto el camino.


El tecladista murió a los 65 años, "tras una corta lucha contra el cáncer", explicó una fuente cercana a la familia del músico.


Richard Wright (teclados), Roger Waters (cantante y bajista) y Nick Mason (batería) comenzaron a ensamblar piezas de rhytm & blues (R&B) cuando estudiaban arquitectura.


Richard Wright recordaba que “fue grandioso que Syd [Barret] se les uniera. Antes de él tocábamos R&B a la manera clásica, como lo hacían todos. Pero yo era más fanático del jazz”.


Con la incorporación de ese grande hoy fallecido que fue Syd Barret, la banda pasó del R&B a una ruta más libre de improvisación de los teclados y la guitarra que los conectaría con lo que se convino en llamar psicodelia.


La agrupación utilizó varios nombres entre los que se encuentran The Meggadeaths, Sigma 6, The Abdabs, Leonard's Lodgers y el T-Set, antes de dar con The Pink Floyd Sound, el cual está inspirado en dos músicos de blues admirados por Barret: Pink Anderson y Floyd Council. Más tarde, reducirían el nombre para llamarse Pink Floyd.


En 1967, Syd Barret dejaría la banda por sus problemas con drogas, y sería reemplazado por David Gilmour, con cuya incorporación la banda enriqueció su sonido.


Sería The Dark Side of the Moon (1973) el álbum que los haría pasar a la historia del rock. Este disco permaneció en la cartelera de los discos más vendidos en Estados Unidos por más de una década.


Wright participó en la creación de muchas de las canciones de este álbum, siendo su más memorable contribución “The Great Gig in the Sky” (El gran concierto en el cielo).


A partir de ese disco la fama alcanzada terminó por friccionar las relaciones al interior del grupo. La rivalidad entre Waters y Wright llegaría al límite durante la grabación del también legendario álbum, The Wall (1979).


Waters haría un enorme berrinche al condicionar su participación en la creación de este disco a que Wright fuera relegado del grupo.


Así, Wright dejó de pertenecer a la banda, aunque seguiría tocando con ellos en los conciertos de la gira The Wall pero ya como empleado a sueldo.

Wright volvió a Pink Floyd cuando Gilmour y Mason decidieron conformarla de nuevo en 1987 para grabar el disco A Momentary Lapse of Reason, en el que no contribuyó con ninguna composición. En ese momento Waters ya no formaba parte del grupo.

En el último disco de Pink Floyd, The Division Bell, la banda retomó los principios de colectividad que la caracterizaron en sus inicios. Wright llegó a comentar a propósito del mismo: “En este disco, nosotros tres realmente tocamos juntos. Es como en un principio”.


En 2005, David Gilmour, Nick Mason, Roger Waters y Richard Wright se reunieron, por primera vez desde 1981, para participar en el concierto Live 8 de Londres contra la pobreza en el mundo. Se esperaba que lo volvieran a hacer.


Pink Floyd revolucionó el estilo del rock, lo psicodélico alcanzó niveles poéticos de contención emotiva fuerte y tierna a un mismo tiempo.


La música ha demostrado que ni los egos o rivalidades pueden más que la trascendencia indescriptible de una obra maestra. Esa trascendencia que mantiene viva la ilusión de un último gran concierto. Esa trascendencia que nos confirma que los reencuentros son un mero pretexto para ahondar en lo maravilloso del instante, para recordar un tiempo que ya se fue.

10.9.08

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Inmaculada barbarie


11/09: de Sarmiento a las Torres



El debate inaugurado a mediados del siglo XIX por el escritor argentino Domingo Faustino Sarmiento en torno de la dicotomía Civilización y barbarie hoy se mantiene vigente, ya que ni el avance de las tecnologías o el progreso han anulado la crueldad salvaje. Un claro ejemplo es la tragedia de las Torres gemelas de Nueva York, ocurrida el 11 de septiembre de 2001. A continuación se presenta una reflexión en torno de este tema.


La construcción de la civilización fue la gran tarea asumida por el hombre moderno, desde la Grecia clásica, hasta las grandes revoluciones que cambiaron el rostro del mundo tanto en la forma de producir sociedad, Revolución Francesa e Ilustración, como en la manera de producir los requerimientos mínimos para hacer funcionar la totalidad de esa sociedad, Revolución Industrial.


Ese eje, Ilustración-Locomoción, ideas y técnica, se convirtió desde hace casi dos siglos en la fórmula que nuestra cultura adoptó para autonombrarse y constituir civilizaciones en pos de abandonar el estado primitivo de barbarie. Pero ¿por qué? ¿para qué? ¿según quién?


La ilustración se montó en la razón para develar el conocimiento último de las cosas, la ciencia que explica los fenómenos y sus causas, todo lo que puede ser verificable. Por otro lado, la industrialización nos dotó de herramientas cada vez más complejas en sus funciones operativas para diseñar y transformar el mundo y nuestra experiencia del mismo a través de las tecnologías.


El Progreso de la ciencia, de la humanidad, de la técnica y del pensamiento nos liberaría de las ataduras arcaicas, remilgos del espíritu o de la conciencia, principalmente el miedo, para que por fin el hombre tocara el arpa junto a Apolo en la cima del Olimpo.


El descubrimiento de la linealidad temporal y la multiplicidad de saberes, racionalidades e historias, sin embargo, abrirían la puerta a una espiral similar al oráculo délfico que revelaba nuestros destinos.


Pero se trataría de una espiral ascendente, ya no del tiempo cíclico, tampoco del lineal, pues si bien, ascendemos en esta espiral, su forma nos dice que aprendemos de nuestros errores para perpetuarlos.


Aquellas promesas de felicidad, humanidad, libertad, igualdad, solidaridad, bienestar, progreso, se han derrumbado una a una como rascacielos en los que impactan aviones tripulados por cientos de personas.


En pos del progreso, del engrandecimiento humano y del empecinamiento, también humano, de cimentar una nación como imperio, el avión y la torre se abrasaron en un instante de fuego aquel 11 de septiembre de 2001 para develar la verdadera cara de la técnica, su cara racional, calculadora y, repito, radicalmente humana: la salvaje.


Esa fecha relaciona algunos eventos de importancia a lo largo del siglo XX, como el ya mencionado derrumbe de las Torres del WTC por ingenio del terrorismo (sea de Estado, mediático o ideológico) en 2001; la caída del gobierno y muerte de Salvador Allende en 1973, y en 1888, la muerte del escritor argentino Domingo Faustino Sarmiento, recordado por sus ideas de progreso, por haber hecho de su experiencia periodística un proyecto político en búsqueda de la modernidad, y por crear una de las novelas más importantes de nuestra América Latina que funda en nuestra tradición el tema que hemos venido tratando con la obra Civilización y barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga y aspecto físico, costumbres y hábitos de la República Argentina, publicada por entregas en el periódico El Progreso, a mediados del siglo XIX, cuando Sarmiento se encontraba exiliado en Chile.


En ese libro, Sarmiento conmina al rechazo de la barbarie para construir la civilización en nuestros países. Su proyecto político planteaba que para lograrla hacía falta emprender un proyecto educativo de gran envergadura y visión. Sin importar nada. Muy claro, aunque también muy radical.

¿Somos civilizados? ¿En qué sentido y cómo? si somos capaces de planear metódicamente nuestras más cruentas mezquindades y de ocultar con una precisión envidiable nuestras más oscuras intenciones.

Vale la pena reflexionar en torno de la vigencia del debate civilización y barbarie, hoy día que el mundo ha caído víctima de la aceleración y la intensificación de emociones deponiendo los grandes valores con los que aspiraba a ser mejor, aquel mundo en el que la pesadez y los afectos no sucumbían ante la ligereza, la insensibilidad y la fuerza de lo efímero.


Valdrá la pena la reflexión, si todavía nos estremecemos al recordar aquella imagen, que por salud mental es recomendable no volver a ver pero tampoco olvidar, en la que un avión se perfila para calzar con exactitud unas cuantas fracciones de segundo antes del impacto, en el costado metálico de uno de los edificios más grandes construidos por el ser humano, aquella mañana del 11 de septiembre de 2001, la fecha que clausuró un mundo.

4.9.08

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Autopista




Blanca llegó al Starbucks en el que la esperaba Horacio. El pidió un te chai latte frío con un shot extra de café. Ella, un capuchino frío con crema irlandesa. Tras recibir sus bebidas prefirieron caminar.


Era la mañana fría de un sábado en agosto, uno de esos días en que los niños salen en bola para vacunarse con risas de la enfermedad implantada en la propia lengua de sus padres.


Horacio y Blanca se dirigieron a la avenida Álvaro Obregón caminando por Nuevo León.
Unas cuadras antes de llegar a la avenida, afuera de un pequeño Café, vieron a un par de niños que dibujaban una autopista sobre la acera. En un extremo del dibujo se podía identificar algo parecido a un arrecife de corales, en el que las olas del mar golpeaban con fuerza para alcanzar a salpicar los cochecitos dispuestos sobre la banqueta. En el centro, un castillo y su torre, más grande que éste, y dentro de la torre, una princesa con vestido de seda lila que la hacía ver transparente.


El dibujo lo completaban unas jardineras a lo largo de todo el circuito, un dragón verde con panza amarilla y un aeroplano en cuyo interior viajaba un luchador enmascarado en pos en rescatar a su princesa.