Alejandro Flores

4.8.08

Solzhenitsin, la muerte de un sujeto


En Archipiélago Gulag denuncia los horrores del estalinismo


Con la muerte de Alexander Solzhenitsin, Premio Nobel de Literatura en 1970, se pierde parte del anhelo de movilidad de masas de la primera mitad del siglo XX, del pensamiento crítico, la rebeldía y la franqueza de alguien que vivió la tortura en carne propia.

Se trata de la muerte de un sujeto en una sociedad de masas que hoy es una sociedad teledirigida y sin oposición. Al hablar de sujeto entendamos una función y no un individuo: la función del pensamiento. Sujeto, pues, es el individuo que reflexiona sobre la realidad.

Solzhenitsin se incorporó en 1941 al ejército soviético como soldado y en 1945, siendo capitán en la Rusia oriental, fue arrestado bajo la acusación de propaganda antisoviética, al serle interceptada correspondencia que cruzaba con un amigo, en la que ambos criticaban abiertamente la política de Stalin.

Es condenado a ocho años de prisión y más tarde sería enviado a un gulag (siglas de la denominación soviética de la Dirección general de campos de concentración).

Ese fue el resultado de su disidencia y critica a un cerrado sistema totalitario, uno de tantos que a lo largo del siglo XX en Europa y América latina azolaron a la sociedad pensante.

Justo después de la década en la que se abría el férreo sistema político del estalinismo en la URSS, la dura maquinaria de estado denunciada y desarmada por el XX Congreso del PCUS, con Nikita Kruschev a la cabeza, se publica Archipiélago Gulag, con la que Solzhenitsin se sirve de su experiencia propia para describir la “trituradora de carne humana” que lo había atrapado junto con millones de compatriotas soviéticos, como una especie de homenaje y tributo a ellos, la gran mayoría campesinos y trabajadores.

Solzhenitsin escribe en Archipiélago Gulag lo siguiente: Ya en la primavera de 1918 fluye una incesante riada de socialtraidores, una riada que duraría muchos años. Todos estos partidos – socialistas revolucionarios, mencheviques, anarquistas, socialistas populares – estuvieron haciéndose pasar por revolucionarios durante décadas, ocultos bajo una máscara, y si habían estado en presidio era también para seguir fingiendo. Y sólo bajo el impetuoso cauce de la revolución se descubrió la esencia burguesa de estos “socialtraidores”.

Cuando apareció Archipiélago Gulag, el sistema soviético era sólido y libraba una guerra sin cuartel contra Solzhenitsin. Un sistema que prometió revolución y finalmente otorgó represión y crimen.

A partir de 1966 el nombre de Solzhenitsin fue silenciado y su producción ocultada. En 1974 sería expulsado de la Unión Soviética, consumando así la mayor tortura que puede cometer un estado totalitario contra un escritor: condenarlo al silencio y por tanto, al olvido.

Solzhenitsin se mantendría como un autor de una inteligencia, franqueza y humildad notables. Cautiverio y enfermedad marcarían la literatura de este escritor, capaz de indagar en la experiencia personal y en sus propios demonios para entender la historia y la condición humanas.

Por eso se metía en la entraña de su propia enfermedad. Esa es la razón por la cual en sus novelas integra salas hospitalarias o celdas, pabellones de cáncer o campos de concentración, enfermedad o cautiverio.

“Hubo un filósofo que afirmó –escribe Solzhenitsin- que si el hombre no padeciese enfermedades no conocería sus propias limitaciones”. Parecería decirnos que todo el sufrimiento y la barbarie no deben olvidarse sino servir para el futuro del hombre.

Su muerte abre una herida incurable en tiempos en los que un nuevo fantasma recorre el mundo: una especie de ética cuyo fin es la retirada del pensamiento, una nueva forma de vivir en el confort de lo ligero y en la expansión del conformismo televisivo.


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