Alejandro Flores

8.12.08

México estúpido y violento


La violencia de nuestros días es una violencia vacía, sin sentido, alimentada por un Estado de montaje maniqueo y por una lógica del deseo exacerbado y ligereza de pensamiento.


Este fenómeno lo registran innumerables obras narrativas que retratan sociedades violentas y degradadas como la nuestra, el México de los miles de ejecutados que se contabilizan como en película de acción; la cifra oficial del año, más de 4,000 y casi 800 en octubre, parecería tomada de Hot shots!, la dominguera parodia hollywoodense protagonizada por Charlien Sheen a inicios de los 90.


Pero más allá de parodias, los sicarios, dealers, delincuentes, jóvenes de carne y hueso, no las caricaturas diseñadas por el poder político en sus millonarios spots televisivos, son resultado de la degradación social de países como el nuestro, sociedades que lo único que garantiza a estas personas, en su mayoría jóvenes, adolescentes e incluso niños, es maltrato, desprecio, sufrimiento y frustración.


Recientemente, el escritor mexicano Sergio González Rodríguez, publicó la novela El vuelo (Mondadori, 2008), en la que Rafael Asunción Vizcaya, personaje principal, es un joven que azarosamente se ve inmerso en el negocio del tráfico de drogas y poco a poco será rebasado de forma inconsciente por las prácticas al interior del mundo del hampa. No es del todo un hombre sin problemas ni meramente adaptable a las condiciones porque mantiene cierta reflexión, lo que lo hace conservar una parte importante de su dimensión “humana”.


Esta novela representa la interiorización individual de un drama social, y de una crisis global, hoy fuera de control. El drama de un individuo en específico que refleja la génesis de un problema mayor: una crisis cultural, una crisis de la civilización.


“En México se ha creado una narrativa en los últimos 15 años que describe episodios muy significativos de violencia; ha habido una explotación muy intensa del tema. Pero la mayoría responde a una inmediatez o a un registro meramente lingüístico. Pero yo creo que hay un drama profundo de la sociedad y de la cultura, de por medio”, dice Sergio González Rodríguez.


“Estamos llegando a una situación que la mayoría de la gente no quería observar pero que se veía venir. El índice de impunidad de los delitos en México es tan alto (99%) que ya no podemos presumir que vivimos en un Estado de Derecho o en una democracia, sino en una sociedad tremendamente corroída en sus instituciones políticas por la corrupción del narcotráfico”, agrega el escritor. La corrupción como norma de conducta en una sociedad que ha perdido todo sentido, toda lógica y toda posibilidad de entendimiento y solidaridad.


Sabemos que los sicarios son la base de la arquitectura piramidal del sistema de libre mercado pero no entran en la lista de los beneficiados por éste; por lo tanto no les queda de otra más que recurrir a la violencia física para sobrevivir y a la ilegalidad para obtener la movilidad social tan anhelada, sin importar el alto riesgo que corran.


Dentro de un mundo en el que la cultura del espectáculo, la seducción y el hedonismo son inevitables y el hambre aprieta, los sicarios se venden al mejor postor. Por eso, suscriben un nuevo pacto fáustico ante la inoperancia del contrato social enunciado por Juan Jacobo Rousseau, un pacto derivado del nuevo paradigma económico de libre competencia.


Dice Frederic Jameson, en su Lógica cultural del capitalismo tardío, que en los años 60 ocurrió una alteración al interior del capitalismo clásico que dio origen a una nueva lógica cultural, potencializada asimismo por dos fenómenos: por un lado, la conciencia sobre los límites de la explotación de la naturaleza y, por otro, la Revolución Tecnológica e Informática que provocó la aceleración del tiempo y la reducción de la duración en todos los ámbitos de la experiencia humana.


El fenómeno de la velocidad tan valorado en nuestros días ha tenido consecuencias enormes en nuestra forma de hacer civilización, de ser humanos, de entablar relaciones, de tener sueños, metas y aspiraciones. Como ejemplo pensemos en que para nuestros padres y abuelos, la duración y el compromiso eran valores, mientras que para los jóvenes, y sobre todo para quienes ahora son niños, las cosas no duran, el compromiso no existe.


Hoy se piensa que es mucho mejor mientras más nuevas sean nuestras relaciones, nuestros objetos, nuestras naderías, porque los objetos caducan pronto, es decir, no tenemos tiempo de sentir afecto por nada, dado que tal cosa toma tiempo. La lógica dice que pasemos a lo que sigue sin reflexión alguna, por lo que cultivamos en nuestras vidas, a cada momento y de manera reiterada e inconsciente, la indiferencia.


Por eso, nos vemos extraviados en patrones que nos resultan reprobables pero que a la vez nos resultan irrenunciables, como una obsesión parecida a la neurosis por lo superficial, la pérdida de las dimensiones de rigor intelectual y la muerte del pensamiento, además de un nuevo subsuelo emocional que promueve el culto por lo efímero y por la euforia, fenómenos adyacentes al consumo.


Ahí se inscribe el nuevo pacto, el pacto de los sicarios y traficantes del narco, quienes han dejado de pensar en el futuro para tratar de vivir en un ahora, un presente, peligroso pero en el que son amos y señores.


Y por eso surge una violencia “vacía”, propia de una realidad que parece haber rebasado la ficción y generada por un nuevo tipo de ser humano, del que dan cuenta la literatura y la narrativa de nuestros días, en los espacios relación y conciencias de personajes como Alexis o Wilmar de La virgen de los sicarios (Fernando Vallejo); Zé Pequenno y los demás niños y adolescentes de Ciudad de Dios (Fernando Meirelles); Octavio, y los demás apostadores de peleas clandestinas en Amores perros (Alejandro González Iñárritu); la ligereza mental del anónimo protagonista de la novela A wevo, padrino (Mario González Suárez) y la corruptibilidad de Rafael Vizcaya en El vuelo (Sergio González Rodríguez), por citar algunos ejemplos.


Si las antiguas sociedades jerárquicas oprimieron las fuerzas vitales a través de sus rígidos sistemas ideológicos y del aparato del Estado que los impusieron, las sociedades de hoy están perdiendo su vitalidad por medio de su hedonismo demasiado permisivo: todo es posible, aunque descafeinado y despojado de su esencia.


Así, nos podemos explicar el anything goes, el ‘todo se vale’, el ‘todo se puede’, visible en estas narrativas, que es la ley en esta nueva configuración del espacio urbano, marcado por luchas clandestinas; disputas por el poder delictivo en una zona específica; matanzas entre sicarios por las plazas de distribución de estupefacientes.


Narrativas que reflejan las contradicciones internas de nuestros países latinoamericanos, contradicciones dentro de las que es posible encontrar la más rampante desigualdad, caldo de cultivo perfecto para la envidia, la resignación, la desesperanza, la venganza, la justicia por propia mano, la inseguridad, el miedo, el resentimiento social, y la eventual violencia vacía de nuestros días.


Y además todos esos personajes son de alguna forma víctimas: de la violencia, a menudo de su propia violencia; de su entorno social; de la pobreza e incluso de la riqueza; víctimas de sí mismos, de sus sueños, de sus engaños y autoengaños; de su modo de vivir

Por eso para muchos escritores, una de las pocas herramientas que continúan alimentando la empatía en nuestros días será la literatura de ficción “que intenta ser realmente profunda”, como dice Jorge Volpi.


La lógica neoliberal que envolvió y promovió el descrédito de la solidaridad para promover el de la competitividad a mansalva, aunado a la levedad en las relaciones y la ausencia de preguntas sobre la realidad, ha propiciado que “más que el egoísmo, siempre presente y ante el cual no hay nada que hacer, este ya no sea capaz de transformarse en una identificación con el otro” continúa Volpi.


El puente que nos comunicaba con los demás seres humanos es el puente que los sicarios de la vida neoliberal han venido a develar como imposible: el de una vida personal significativamente integrada en la vida comunitaria y en la historia, el del entendimiento y empatía entre los seres y el del peso del bien común por encima del interés personal.


Además, la muerte del pensamiento y el anquilosamiento y retirada al conformismo social enferman a las esferas intelectuales, los escritores canónicos, cada vez más apartadas de la sociedad real y haciendo de la literatura una mercancía más, elevando el libro al nivel de fetiche y perdiendo toda su densidad clásica, su materia: los temas se vuelven pretextos de ventas de acuerdo con la coyuntura.

Hoy en día, los temas de siempre, que son los temas viejos en una cultura que ha ennoblecido lo novedoso, se convierten en temas caducos. Lo trágico es que los temas de siempre, la materia del novelista, eran los sentimientos humanos, las experiencias personales de individuos reales ficcionalizados.


Entonces, la labor de denuncia producto de una indagación feroz sería una interesante apuesta para la literatura en sociedades como la nuestra: una inmersión profunda en la realidad, así como en los abismos internos y oscuros, las “potencias infernales” del alma humana.


De este modo, denunciar o mostrar sería la forma de “no ser ingenuos, lo que significa no creer que el mundo está dividido en buenos y malos”, como dice el también escritor mexicano Mario González Suárez.

Pero la ‘gente’ institucional, del poder, ha preferido la simulación, pensando que es mejor vivir en el engaño. Y han construido mentira sobre mentira, sin darse cuenta o sin querer hacerlo de que al alimentarla han llevado a la sociedad y han llegado con ella a un estado kafkiano de confusión y extravío.


Hoy en día la violencia es mecánica, falta de reflexión, vacía porque la forma de producir sociedad (capitalismo neoliberal) y de producir realidad (mass media al servicio del poder) ha privilegiado la ligereza mental y ha conducido al ser humano al conformismo televisivo. La violencia de nuestros días es vacía porque nuestros contenidos sociales, en tanto relaciones y estructuras mentales, son ligeros, fugaces y caricaturescos.


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