Alejandro Flores

8.10.08

Silvia Molina: Escribiendo te das cuenta de que has vivido

En silencio, la lluvia





En un sobrio despacho repleto de libros sobre historia y política, en donde Silvia Molina desempeña su labor como coordinadora de publicaciones en la Comisión para las conmemoraciones del Bicentenario, el entrevistador le pregunta:


Bueno y con tanto trabajo ¿cómo te das tiempo para escribir?


“Uno encuentra el tiempo. Esta novela la escribí en gran parte en una combi viejita y que brincaba mucho, cuando trabajaba como directora de literatura del INBA, y en el trayecto de mi casa a la oficina abría mi computadora y me ponía a escribir”.


Pero no es por ocio o para matar el tiempo se le haya ocurrido escribir. Si bien los escritores son los más grandes ociosos, el perfil de Silvia no calza con ese prejuicio.


“Soy una abuela muy alivianada. Mis nietos tienen una muy buena biblioteca infantil. Les gustan mucho las historias. Tengo un teatrito con títeres tejidos en el que representamos muchos de los cuentos que leemos”.


“Nos divertimos mucho. Disfruto mucho a mi familia, a mi esposo, a mis hijas y a mis nietos”.


Ok, disfrutas la vida, ¿pero se disfruta escribir?


“Sí se disfruta. Además, escribiendo te das cuenta de que has vivido”.


“Es una especie de inventario, de recuento. Te das cuenta que has hecho muchas cosas y que aún puedes hacer más”.


El inventario es una de las categorías centrales en su nueva novela, En silencio la lluvia (Alfaguara, $169) pues todas las partes que la componen tienen que ver con una etapa en la realización de un inventario: la descripción, el método y los resultados.


“Pero nosotros tenemos un poquito de prisa y no nos detenemos a hacer ese ejercicio”.


“¿Cómo reparar los daños que nos han hecho y que hemos hecho? Las relaciones humanas son complicadas. Uno aprende con los años que las cosas se superan y que el dolor por más terrible que sea finalmente cesa”.


“Se me ocurrió pensar qué pasaría si una pareja hiciera su propio inventario” y al concluir su relación o al salir de una vivienda compartida hicieran un corte para ver cómo se entregaban el uno al otro.


La autora cree que es recomendable en las relaciones, sobre todo las de pareja, hacer después de un determinado tiempo una reflexión, y esa es la metáfora del inventario: pensar qué está bien, qué está mal, qué y cómo corregir, si vale la pena mantenerla o ya no.


Se trata de una especie de repaso y evaluación sobre los sentimientos de los implicados. Un examen durísimo que para ser exitoso debe ser a prueba de egos. De lo contrario la reflexión devendrá engaño y el dolor se intensificará ante el fracaso del mutuo entendimiento. Esa intensificación hace que la vida, al menos en ese momento, sea asfixiante.


“Cuando nosotros tenemos un fracaso, del tipo que sea, amoroso, laboral, por lo general, salimos adelante, pero cuando las estás viviendo parece que son eternas y que no tienen solución, y por eso el sufrimiento”.


“Sería muy fácil decir ‘mira eso es cuestión de sufrir dos semanas’. Pero es más complejo”. Por eso la pregunta en la contraportada del libro: ¿Por qué nadie nos enseña a resucitar?


En ese sentido, al abordar en su novela el tema de las emociones habla de aquello que nos hace humanos: “los sentimientos no cambian, siempre que sentimos una pasión la sentimos de una manera idéntica”.


“En realidad En silencio, la lluvia es una búsqueda de los personajes. Mónica se encuentra a sí misma al entender la problemática o el pensamiento de las otras mujeres de la novela”.

“Es la historia de 3 personajes muy distintos: Mónica, una mexicana que va a estudiar a Bélgica un doctorado en Historia del Arte; Catharina de Lovaina, una beguina del siglo XVI que vive en un beguinaje, e Irene, una colombiana que trabaja en la Unión Europea, es mujer muy dinámica, maneja muchos idiomas”.


Mónica, la estudiante, comienza a vivir en lo que fue la casa de una beguina, Catharina de Lovaina, y al sentirse intrigada comienza a investigar sobre su vida.


Los beguinajes eran ciudades de mujeres, no exactamente conventos, que hay en todo el norte de Bélgica, originarias del siglo XII. Las beguinas vivían ahí sin hacer ningún tipo de voto, y por eso podían tener propiedades, trabajar, realizar actividades artísticas como pintar, tocar un instrumento o escribir, cuidar enfermos, educar a los niños.


En silencio, la lluvia es el inventario final de tres mujeres: cómo inician algo en la vida y cómo al final entregan un pasado y pueden verse a sí mismas. Es una reflexión que construye en el silencio.


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