Alejandro Flores

25.11.08

After Dark, Murakami

Para acostarse con ella



La vida en su expresión más espontánea, más fiel a lo real, se encuentra y se produce donde menos te lo esperas, en lo cotidiano, esta es la única certeza dentro de varias dudas que nos quedan una vez terminada la lectura de la nueva novela del gran escritor japonés Haruki Murakami.


Después de bajar en cámara rápida hacia los barrios bajos de Tokio, el lugar de la disección vital de Murakami, quien con aguda descripción detalla lo fundamental y con una facilidad impresionante narra secuencias tan cercanas a lo cotidiano, nos presenta en su novela, After Dark (Tusquets, $199), el viaje iniciático, a la vez cinematográfico, nocturno y musical, contado en tiempo real y con tintes paranormales, de una joven de 20 años extraviada y confundida, quien reflexiona, casi en secreto, en torno de su condición de extravío y confusión; sabe que lo está pero desconoce la causa.


Son las 11:56 p.m., Mari se encuentra al interior de un merendero antes de lanzarse a la oscuridad de esta noche voraz y reveladora. Sudadera gris con capucha, pantalones de mezclilla, tenis viejos de color amarillo, piel blanca, cabello negro lacio y largo. La primera contaminación de la normalidad será un guitarrista de jazz, quien al entrar al café le pedirá permiso para acompañarla. Curiosamente, este chico es un antiguo conocido de su hermana Eri, la cual duerme, desde hace algunos meses, un profundo sueño que el narrador nos describirá hasta donde le sea posible, pues sólo alcanza a bordear los límites de la intimidad, respetada hasta en los personajes de papel.


Mari es tímida pero no parece tener atisbo alguno de temor; ha crecido a la sombra de su hermana, modelo de pasarela, y no está muy interesada en mostrar el más mínimo rastro de su fuero interno, ni el más silvestre o espontáneo gesto, mucho menos el más sincero, el más bello: una sonrisa.


Este viaje iniciático la llevará a buscar las causas de su extravío, de la extraña experiencia que impide despertar a su hermana y del momento en que el lazo entre ellas llegó a tal grado de tensión que actualmente pende de un hilo. Viaje paradójico porque será casualidad y destino al unísono.


Este viaje iniciará al interior de Denny’s, cuando charla con el joven músico a quien parece agradarle. Continuará más tarde en un lov-ho, motel de horas, llamado Alphaville, como la película de Godard, al que llegará no para romper el himen ansioso sino como intérprete de una prostituta china que no habla japonés y que se encuentra en shock, pues un cliente la ha dejado golpeada y desnuda en una de las habitaciones del motel; más adelante, Mari intimará con las prostitutas llegando a conocer algunos de sus secretos más personales.


Por último, una simple conexión, espontánea pero a la vez reveladora, una especie de destino que esperaba el momento correcto para manifestarse gracias al timbre del teléfono en un cuarto del love-ho. ¡Quién diría que la revelación llegaría en ese instante para compartírsela a un desconocido en plena madrugada! Así, pues, los desconocidos le serán más familiares que sus consanguíneos y la harán reencontrar el pulso de lo vivo como reflejo de sí.


La música del bajo mundo, literal y figurativamente, los deseos e intereses más primarios del ser humano, así como los omnipresentes 7 eleven’s del mundo occidental plantados en la capital japonesa, acompañarán las casi siete horas de lectura que el glorioso tiempo real de nuestra época ha podido contabilizar.


El tiempo real trasladado a la literatura, hasta aquella experiencia que podía extenderse por días, semanas y meses, incluso años. Pero que por la precisión del tiempo lineal se transforma en reflexión a dos manos, lector-autor, autor lector, para convertirnos en Mari o regalarle nuestro cuerpo y, siendo ella, desnudarnos frente a la cama de Eri para nadar en sus sábanas asiéndonos a su cuerpo tibio y hermoso, mientras intentamos diluirnos con ella en un abrazo, el que se nos había olvidado, el que dejamos en un recuerdo difuso, el que junto con ella pueda hacernos finalmente despertar al compás del jazz de Curtis Fuller, Five Spot After Dark.


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