Alejandro Flores

26.4.08

A un gato trapecista

¿Qué te digo? Que se me desgarra el alma. Algo así. Algo por el estilo. ¿Qué te cuento? Que se me vacía la mente, que la viscosidad de mis deseos no me permite pensar claramente ni bajo la penumbra de mis más recónditas pasiones. Nubes y naderías. Silencios y síncopas vacías. Clandestinidad inconforme ante la inapetencia del momento, ante la falta de respuestas, ante la ausencia de palabras. Pienso y escribo. Escribo y siento. Te cuento que no he hecho otra cosa que pensar en ti todo este tiempo en el que he pretendido hacer lo que debo hacer, que entiendo es hacer todo lo que se supone es correcto y que consiste en cumplir mis responsabilidades, no obstante, creo que todo lo que tengo que hacer es recordarte, ya que es preferible en casos como el mío optar por la honestidad, sobre todo si siento que resbala por mi piel como babosa incesante y rabiosa, pensamientos y recuerdos que son enjambres pérfidos y asquerosos de una incipiente levedad densa como la terrible culpa. Me pesa la cabeza y mis manos sangran color uva. Tus labios carcomen mis ojos por dentro cuando recuerdo el estertor de tu gemido lánguido en la niebla de lo efímero. Grita por favor amor mío y dime por qué esa película que vimos separados y en tiempos distintos pero que en el fondo sabemos que vimos juntos es tan significativa en estas horas de abandono y muerte idiota. Por qué no vienes conmigo para que partamos rumbo a la tierra en la que infinitamente nos encontraremos con rostros semejantes diferentes y plenos. Dime cuándo las azucenas darán a luz pequeñas ninfas ambarinas de esas que moran únicamente en la tierra pura del Gulag catártico número 5, en el que la feliz tristeza es reina, y de la melancolía surge el entusiasmo. Dime cuándo inundarás de nuevo mi habitación con tu licor hirviente, ese licor que me embriaga y que a ti te pone en trance, un trance desesperado, loco, de éxtasis, un vórtex hacia una dimensión desconocida, a la que nos aproximamos de espaldas pero sin perder de vista el camino que hemos recorrido. Dime por qué demonios estoy pensando en ti cuando ya te has ido más de una vez y finalmente vuelves. ¿Mi tristeza tiene algún sentido, alguna razón? ¿Hay alguna explicación? ¿Sería bueno que intentara controlar lo que siento y que se desborda ardiente como lava y fuego? ¿Debo esperarte otra vez? ¿O simplemente dejo que mi emoción palpite a todo motor yendo más rápido que mis ideas? ¿O me dejo aniquilar por esta nueva incertidumbre, esta nueva derrota? ¿Se trata de una derrota o es algo peor, un fracaso? Mira. Tus ojos son de una carmesí violento en estas horas de inefable estruendo, de un silencio insoportable y capaz de llenar mi habitación nublosa por unas lágrimas que no brotan, sino simplemente me escurren por dentro, en las paredes internas de mi piel, en mi columna vertebral, hasta que en mis entrañas se revuelven como ácido que me digiero para después vomitar. Para purgarme como lo hacen los gatos. Para purgarnos como lo hacemos siempre. ¿Recuerdas cuando fuimos gatos? Aquella vez que te trepaste en mi lomo para alcanzar la manzana de Adán colgada en el primer árbol no de la ciencia sino del crimen cometido contra nuestra aparente existencia, el crimen sobre aquello que es y que quién sabe qué es pero que según nosotros se parece a aquello que nos obstinamos en nombrar, en someter a conceptos que coagulan en nuestra conciencia causándonos cicatrices imborrables o incurables porque parecen reales siendo a la vez imaginarias y porque se impregnan en nuestro cerebro impidiéndonos dilucidar el abismo, la maravilla y el asombro. Aquella vez que observé la dulzura de tus ojos y te dije: Soy yo. Grábatelo bien. Y sonreíste saltando al siguiente árbol que flotaba en una nube galáctica de la cual brotaba leche espasmódica como un canto de sirenas. Esa noche en que mamamos como humanos neófitos como lactantes de pecho hasta que el sueño apareció y nos cubrió con su mítico y cálido v(u)elo. ¿Recuerdas amor o acaso me has borrado para siempre? ¿Es preciso que te cuente? ¿Es preciso que me estire completamente para alcanzarte y salvar esta acrobacia? ¿Recuerdas? Somos trapecistas y nuestro acto dura una noche que es todas las noches y un salto tan intenso y hondo como el vacío y la asfixia que se sienten en la garganta ante el vértigo. Creeme que hago un esfuerzo. Estoy tensando todos mis músculos; los aprieto y estiro. Le pido a mi corazón, el motorcito rojo, que no se detenga, que no se deje, que sea valiente en esta hora de intermitencias. Un relojito que no marca el tiempo. Este pequeño pero vital músculo que hoy está cansado y quisiera dormir entre tus manos sintiendo tu calor y tus dedos acariciándolo a su ritmo para que él pueda seguir soñando y colmar su vacío, para saciar su más noble deseo y, finalmente, para lo que es más importante: VIVIR que es seguir amándote, pues como dicen aquellos que tienen y viven con el corazón en la piel, en los labios y en las encías: No hay tal cosa que pueda ser digna de llamarse VIDA si ésta no contiene una alta dosis de gravedad y de sublime amor. Amor como tú y yo en estas horas de fuego y de cadáveres color violeta. Amor que late, amor que vibra, amor que desquicia por nuestra pertinaz cobardía, por nuestra incapacidad para hacer de las cenizas fuego y de éste, espanto para los demonios y fuerza para nuestros sueños. Amor que eres tú y que soy yo en este instante etéreo, en estos blancos y negros, en esta engañosa claridad de mezclar rojo con azul y azul con verde, de mezclar el deseo en la lengua con la vida en los dientes. Desde aquí te muerdo para dejarte herida, te mato para darte vida y te amo, te amo, te amo, porque sí, porque mi vida se hornea en tu boca, es tu saliva, fluye en tu sangre y galopa intempestivamente en tu humedad oscura, habla y encanta en tu angelical bravura y se condensa irremediablemente en tu insoportable, fatal e irresistible, ternura.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Uq_12pt
Pequeñas amapolas, llamitas infernales,
¿es que daño no hacen?

Se apagan y reviven. No puedo tocarlas.
En su fuego pongo las manos. Nada se incendia.

Contemplarlas me consume
Llameando así, su rojo ajado y brillante como piel
de alguna boca.

¡Una boca recién ensangrentada
pequeñas faldas sangrientas!

Hay efluvios que no puedo asir.
¿Dónde están tus opios, tus asquerosas cápsulas?

¡Si pudiera desangrarme y dormir! —
¡Si pudiera mi boca unir a una herida así!

Oh, vuestros líquidos rezuman en mí, cápsula de vidrio
Apagándose y aquietándose.

Mas, sin color, sin color. Descoloridamente.